Aunque hoy día estamos inmersos en un mundo cada vez más audiovisual y dedicamos menos tiempo a leer textos mayores a tres cuartillas, el lenguaje escrito ha sido en los últimos siglos el vehículo por el que las ideas han trascendido a las generaciones para conformar la memoria de la humanidad.
Desde la protoescritura cuneiforme impresa con estiletes de junco o hueso sobre arcilla blanda de los sumerios en Mesopotamia hace más de 5,000 años –la mayoría de esas tabletas cabían en la palma de la mano pues eran, curiosamente, del tamaño de un teléfono inteligente actual–, la contabilidad, el registro administrativo y las ciencias pudieron desarrollarse con los sistemas de escritura.

Es decir, la palabra escrita, aun cuando las herramientas tecnológicas evolucionen y se diversifiquen –una hoja de papel y una pantalla táctil, por ejemplo–, seguirá siendo por mucho tiempo más el elemento esencial para la transmisión del conocimiento, las ideas o la narrativa.
Por eso es muy importante el escribir o redactar bien, y en esa tarea –como la de los antiguos anagnostes, quienes en el mundo grecolatino, mucho antes del surgimiento de la imprenta, revisaban las copias originales elaboradas por los escribas enriqueciéndolas con notas críticas– el trabajo del corrector de estilo es indispensable para garantizarlo.
La corrección de estilo en la era digital
En la actualidad, con la migración de los medios impresos al mercado digital, el auge del comercio electrónico y el protagonismo cada vez mayor de las redes sociales –sustentadas en el video y el audio, pero también en un uso del lenguaje escrito que adquiere características más persuasivas, enfocadas y de mayor alcance– hay una interacción más directa e inmediata del público respecto de los diversos productos, en especial los escritos. Tal respuesta repercute en el resto de la comunidad de consumidores y ello a su vez en la imagen y prestigio de marcas incluso no editoriales.

En otras palabras, un error publicado es hoy mucho más visible y genera una reacción más sonora en la sociedad.
Evitarlo es sólo una parte del valor que los correctores de textos añaden a los escritos ya sea informativos, académicos, literarios o publicitarios. Con su trabajo contribuyen a facilitar una más intensa comunicación en la sociedad, más libre y, como se ha comprobado, más bidireccional.
En su labor, el corrector profesional está obligado a conectarse con la mente del autor de un texto –y esto sólo se logra con la experiencia– ayudándole –siempre respetando su estilo o manera de expresarse– a obtener una mejor versión de su escrito para que alcance su propósito. Debe sumergirse en la obra o el artículo a fin de hacer más ágil, eficaz y disfrutable la lectura para el público. Ello requiere de empatía, amplia cultura y conocimiento de la técnica.
Además, en el día a día, un texto realizado con limpieza siempre es una excelente carta de presentación.
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